Por el Dr. Nicolás Olea, socio fundador de Alimentta.
España entera está preocupada por la llegada a las costas del Atlántico de la granza de polietileno perdida por el portacontenedores Toconao. Los responsables del envío declaran que saltaron por la borda seis contenedores que contenían cosas tan diversas como tomate frito, neumáticos (¿usados?), metales y papel film. Uno que se despanzurró llevaba más de mil saquitos de 25 kg de granza de polietileno sazonada con sus correspondientes aditivos, protectores frente a la luz solar (UV) y antioxidantes. En su caída al océano el contenedor liberó su carga y desparramó por las prístinas aguas del Atlántico 26.500 kg de bolitas de polietileno. Del tomate frito y del film no sabemos nada, pero las bolitas no paran de nadar hasta la playa. Los personas voluntarias tratan de reducir el impacto ambiental recogiendo “con guantes”, bolita a bolita, porque de la toxicidad/inocuidad de este plástico “alimentario” se sabe poco y no se fían.
Mientras esto ocurre, seguimos pensando si es conveniente elegir alimentos y bebidas en envase de cristal o de cualquier otro material que no sea plástico, si es más apropiado comprar a granel, renunciando al super empaquetado plástico, o si dejamos los residuos plásticos en el contenedor amarillo. Y mientras decidimos qué hacer, paseamos entre parques, rotondas y terrazas urbanas tapizadas de plástico verde. Si, el mismo polietileno sazonado con aditivos UV que tanto preocupa en las costas gallegas.
Mi ciudad, Granada, que no tiene playa, soporta 57.000 metros cuadrados de plástico polietileno sazonado con aditivos que tapizan las vías del metro sus aceras y sus rotondas. Solo en césped artificial metropolitano se han empleado 126.000 kg de plástico y aditivos UV; cinco veces más de lo que cayó por la borda del Toconao. Pero no hay ningún llamado a retirar el césped. Menos mal que no es “alimentario”, pienso.
Patatas de plástico
La prensa se ha hecho eco de un artículo publicado por un prestigioso grupo de científicos de la Universidad de Almería que muestra, una vez más, el paso de los componentes del plástico del envase alimentario a la comida que ingerimos al pasarla por el microondas en un santiamén. Sin embargo, nos vienen a la cabeza una retahíla de pensamientos recurrentes cuando tropezamos con noticias de este tipo: es una historia ya conocida, otra alarma para meternos miedo en el cuerpo, no pasará nada, si está permitido seguro que es seguro, de algo habrá que morirse… Maniobras de supervivencia.
Pero es que hay más. Estamos ante una de las primeras evidencias sobre el maridaje de los plásticos de la bolsa de patatas precocinadas y la propia patata: en el breve paso de la patata por el microondas aparecen nuevos compuestos químicos, desconocidos hasta ahora. Ojalá no sean tóxicos, declaran los científicos.
La explicación breve: el compuesto de interés contiene un “fotoiniciador” que alguien usó para fabricar la bolsa para permitir que el monómero «tejiera» el polímero que conocemos como plástico. Ese fotoiniciador, fiel a sus principios, reacciona con los componentes de la comida y, sin pensárselo dos veces, también plastifica la patata. Preguntan los periodistas si esto es malo. Responden los científicos que no lo saben aún, que se necesitan más estudios, pero recomiendan no usar plástico en el microondas.
Una grata sorpresa (y una enorme decepción)
Entré en la sala de profesores de un instituto tras dar una charla-invitada a estudiantes de 4º de ESO y, mientras me tomaba un café, reparé en las enormes botellas de plástico azul tan comunes en los dispensadores de agua.
Me disponía a hacer el comentario habitual sobre los problemas del policarbonato, el bisfenol-A y la conveniencia de elegir agua municipal, cuando cogí un garrafón. Parecía el de siempre… pero no era el caso. Me fijé con cuidado en el triángulo de reciclado y las siglas grabadas: ya no aparecía el número 7 y las letras PC, indicativas de policarbonato y por tanto de su constituyente tóxico el bisfenol-A. En su lugar aparecía el número 1 y las letras PET, correspondiente al polietileno tereftalato.
Me quedé de piedra. ¡Las han cambiado! El fabricante ha hecho caso a las recomendaciones europeas – a pesar de los titubeos de la propia Comunidad Europea- y a la controvertida legislación española sobre BPA y ftalatos en los envases. ¡Bien por el fabricante! ¡Bien por nosotros!… pensé.
Pero ahora tengo en la mano la última entrega de IDAEA (Institute of Environmental Assessment and Water Research) sobre el agua embotellada en plástico, que vuelve a incidir en que no solo aporta microplásticos sino que también nos expone a más de 28 contaminantes, muchos de los cuales no son buenos para la salud.